Luego de una larga investigación y debate, el Diccionario Oxford eligió el neologismo posverdad como palabra del año 2016, definiéndolo como “relativo a las circunstancias en las que los hechos objetivos influyen menos a la hora de modelar la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”.
El término se ha puesto “de moda” como resultado del análisis electoral ante lo inexplicable del Brexit, la victoria de Trump, el fracaso del referéndum en Colombia y hasta la sorpresiva votación en primera vuelta de Le Pen. Estos cuatro resultados, que se escaparon de la lógica tradicional de los más laureados analistas, demostraron la escasa -o nula- influencia de las encuestas y de las ortodoxas reflexiones de los medios de comunicación.
En política, la verdad ya no importa.
El ejercicio de la política, como están las cosas, parte de construir sólidas percepciones -negativas o positivas- apelando a las emociones de la persona.
En una sociedad que cada día nos fuerza más a ser “políticamente correctos”, y que nos dicta patrones conductuales sobre como debemos pensar, hablar y proceder, emergen estos personajes auténticos y desafiantes que se atrevan a pensar en voz alta, y que, sin duda, se conectan y sintonizan con la gente.
Una posverdad puede ser una afirmación que carece de total respaldo objetivo; o, incluso, una mentira que es asumida como verdad; pues, finalmente, lo que importa es que sea una creencia compartida por toda la sociedad.
«Los hombres son tan simples y de tal manera obedecen a las necesidades del momento, que aquel que engaña encontrará siempre quien se deje engañar», decía Nicolás Maquiavelo. Ante este bombardeo indiscriminado de información y mensajes, desde todos los frentes y medios, las personas necesitan que las afirmaciones que reciban se “sientan verdaderas”; al margen de que, objetivamente, lo sean.
M. Abad.
Deja una respuesta